Mis cuentos
Dentro de la narrativa escribo cuentos, relatos para adultos y Literatura Infantil y Juvenil.
EL REGALO
María Fernanda Macimiani©
Todos creían que Elena cuidaba a Catalina, pero en realidad no era tan así. Lo que sí era verdad es que eran inseparables. Elena tenía cinco años y compartía todo el tiempo con su muñeca preferida, Catalina.
Un día la nena volaba de fiebre. Bueno, no sé si volaba volaba o más o menos. Dicen que su muñeca no la dejó sola ni un segundo.
-Te vas a contagiar Catalina…
-Shsssssss! Vos curate que yo te cuido. –susurraba la muñeca.
Así de inseparables eran las dos. En invierno Elena le ponía un saquito y le salpicaba su perfume.
-Mmmmm, ¡sos la muñeca más linda del mundo!
-Gracias Elenita.
En verano le ponía el vestido verde con una flor grande por acá, arriba de la cintura y un detalle de puntillas.
– ¡Qué elegante! ¡Y qué bonito peinado Catalina! Te quiero de acá a la luna. –decía Elena besuqueando a su amada muñeca.
La nena tenía el poder de transformar las cosas. Como todas las nenas de su edad, ella viajaba sin moverse de su casa. Construía lugares mágicos y otros horrorosos. Juntas se divertían mucho, no importaba que Catalina fuera de plástico. Solo los grandes podrían pensar en esas cosas.
Hasta que un día, RIIIIIIIIINNNNN, sonó el timbre. Elena estaba en casa de su abuela y quiso ver quién tocaba. Catalina le apretó la mano. Y hasta dijo que no quería. Pero igual bajaron a ver. Era una señora muy humilde que iba a buscar ropa. La abuela la ayudaba como podía. Pero ese día trajo a una de sus hijas, una nena como Elena. Los ojitos de las dos quedaron enfrentados. Hasta tenían la misma altura, talvez hasta la misma edad. Pero había algo que la otra nena no tenía.
-Hola. ¿Tenés una muñeca para mí?
-Tomá.
Y así, en un segundo todo cambió para las dos. Y para Catalina.
Los bracitos de Elena quedaron vacíos. Un hueco se dibujó acá, en el corazón. ¿Qué había hecho? Cuando la abuela se dio cuenta intentó buscar a la señora. Todo fue en vano.
Elena había aprendido muy temprano lo que era dar hasta que duela. Pero nunca olvidó a su muñeca.
Después de muchos años, una señora caminaba inquieta de un lado a otro. Se mordía las uñas. Se alisaba el pelo. Alguien importante estaba a punto de llegar. Y otra vez RIIIIIIIIINNNNN, sonó el timbre. Ella corrió a la puerta. Agarró el paquete. Saludó al cartero. Y por un rato se quedó observando el papel madera con cintas amarillas. Con sus manos de mujer fue rompiendo el envoltorio lentamente. Esas manos de pronto se volvieron pequeñitas. Y sus ojos se llenaron de brillos. Algo mágico se esparcía en el aire. El abrazo que se dieron Elena y Catalina fue tan fuerte que todo se transformó. De pronto volvieron a la casa de la abuela. Y volvieron a tomar el té con las tacitas de flores. Y Catalina tuvo su saquito en invierno y su vestido verde en verano. Como si la vida no hubiera pasado. Como sucede en el corazón de la gente grande cuando se anima a jugar.
(Inspirado en una historia real de la narradora Elena Santa Cruz)
EL LOBO Y EL ÁGUILA
María Fernanda Macimiani©
El bosque oscuro abre y cierra ventanitas de hojas para que pase el sol. En las ramas hay nidos y madrigueras. Entre los troncos acecha el lobo.
Todos saben que pasó mucho tiempo de la visita de una niña de rojo, que casi lo lleva a la muerte. Todo el bosque recuerda ese tiempo. Luego de eso, el único cazador que habita este lugar, es él.
Las niñas ya no se atreven a cortar camino buscando flores por acá.
La fama del lobo es conocida. Él ha comido hasta reventar. Él ha cazado porque eso lo hace ser el lobo feroz de este bosque. No tiene jauría ni amigos. No se arrepiente de nada. Se ríe de las lágrimas rojas de la luna, cuando aúlla satisfecho.
Cierto día, una imagen como una sombra bailó frente a la luna llena.
Solo la vieron los murciélagos y algunas serpientes que andaban por la noche, también la vio el lobo. Desde entonces él ya no buscó más el dulce aroma de una presa. Él buscó alguien con alas de humo y la belleza de lo desconocido.
En las alturas de los árboles más viejos descansaba una habitante nueva, alguien del color del humo y la nieve, con una belleza encantadora. El águila solo conocía las montañas y los valles, los pequeños montes. Pero una tormenta la había traído muy lejos. Ella se admiró por la música nocturna de los grillos, y los búhos y el agua
torrentosa del río… Se deslumbró con las lucecitas titilantes de los bichitos en la oscuridad.
El águila recorrió el cielo, conoció las copas más altas de los árboles y se construyó su propio nido. El lobo la vio sobrevolar el bosque, majestuosa y segura. Ella escuchó los aullidos encantadores del lobo y prefirió no molestarlo, ya tenía alimento y refugio en las alturas y él podía tener lo mismo, pero en el suelo. Nada tendría que cambiar.
Lo que no sabía el águila es que lo único que quería el lobo era verla volar. El poderoso cazador sentía que su corazón estaba atrapado en las alas y en los ojos severos del ave. No comprendía el dolor que le causaba saber que nunca podría volar con ella. Recordó cuando casi devoró a la niña de rojo, cuando cazaba todo tipo de criatura solo por instinto. Y supo que algo de ese lobo ya había muerto, era otro. Deseaba dejar de estar solo. Quería compartir los días y las
noches, el frío y el calor con alguien, en su bosque. Entonces le pidió a la luna que le regalara algo, aunque sea en sueños. Con un leve brillo en los ojos, le pidió un hermoso par de alas color de humo y nieve.
(Cuento inspirado en el poema de Alfonsina Storni, Romance de la venganza)